Monumentos

Este es un país de monumentos maltratados y rotos. Recuerdo mi inocultable decepción cuando visitamos Boïs Caimán, la célebre floresta en la que comenzó, tras una ceremonia vudu presidida por Boukman y por Cécile Fatiman, la rebelión de esclavos de 1791 que dió pasó a la revolución victoriosa de 1804. De la floresta ni árboles quedaban. Apenas una chapa retorcida y despintada por todo monumento. Al costado, una carpita guardaba la imagen a escala de un negro cimarrón y la dudosa promesa de un ex ministro que justo pasaba por allí, de rehabilitar en el futuro ese espacio tan histórico como mítico.

Recordé en ese entonces que Chávez solía referirse a Haití como «la meca» de los revolucionarios y los nuestroamericanos. Que mal hemos tratado a nuestra tierra santa, y cuanta falta nos hace peregrinarla. Pero hablábamos de la prácticamente nula política monumental del país. Esta es producida por la desidia y la pobreza estatal, que más que fallido ha sido jodido y rejodido por más de dos siglos de historia neocolonial. Pero también por el accionar iconoclosta de las recurrentes protestas que asolan todos los símbolos del poder en cada manifestación, multitudes bien dispuestas a ajar el discurso oficial de quiénes expropiaron la memoria de la revolución, junto con todo lo demás. Pero pensándolo bien, también se debe a que los monumentos no son tan importantes para un pueblo con una oralidad tan extendida, con un habla que ancla y sostiene la memoria viva, que se basta a si misma sin bustos ni pedestales, que habla de sus próceres como familiares muertos en el período de lluvias. Figuras cercanas, místicas y tutelares, que guían, reprenden y aconsejan. La linealidad histórica no existe en Haití. Tampoco la circularidad. La historia es un lienzo plegado sobre si mismo, en dónde los acontecimientos relevantes del hoy y del ayer se tocan como manchas de tinta todavía frescas.

Y sin embargo, en este cementerio de monumentos que es Haití, hay una figura que se mantiene imperturbable. En la plaza que lleva su nombre, en la zona metropolitana de Puerto Príncipe, a escasos metros del aeropuerto internacional, la estatua de Hugo Chávez, intacta, se estruja el pecho y mira en lontananza. Es mantenida con el mismo rigor y respeto que los monumentos a Jean-Jacques Dessalines, el gran héroe nacional y popular. «Las estatuas también mueren» lleva por nombre un documental de Chris Marker y Alain Resnais. A ésta, pareciera, le queda mucha vida todavía. Te necesitamos Comandante, como a los muertos en el tiempo de las lluvias. Se vienen batallas colosales y esperamos estar a la altura de tu legado. Cantando te mantendremos vivo. Luchando te recordaremos.

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