«Porque gente no es pueblo, tierra no es patria y tiempo no es historia»

Empuñé un arma porque busco la palabra justa es la cifra con que Paco Urondo descubre, al mismo tiempo, revolución y escritura. Una larga tradición de la literatura argentina puede sintetizarse en esta frase: Bartolomé Hidalgo, José Hernández, Arturo Jauretche, Rodolfo Walsh y Roberto Santoro para nombrar sólo unos pocos.

Lautaro Rivara con su propia violencia, ritmo y originalidad ingresa en este mundo. Sin embargo, no escribe en el éxtasis del optimismo revolucionario sino en la sarna de los justos. Recuerda, tal vez, a Tierra sin nada. Tierra de profetas o El hombre que está solo y espera de Scalabrini Ortiz en la búsqueda del barro donde se está formando la épica. No es el tiempo donde esa épica ya es política sino el instante anterior donde la tormenta sólo deja ver el horizonte al loco, al profeta y al revolucionario.

Hasta acá las cuentas de Rivara con su tradición poética. Pero hay más: una escritura original que renueva los modos de la literatura política. Frente al aburrimiento y la comodidad del mundillo literario contemporáneo, la voz de Rivara es la de un viejo payador que con su tranco sencillo hace las preguntas necesarias: ¿De verdad han muerto las montoneras y las tacuaras, las boleadoras y los malones?

Del prólogo de Mariano Dubin