No habrá otro julio sin patria

En este julio de conmemoraciones patrias, rescatamos nuestra otra declaración de independencia, silenciada por las clases dominantes, y la vigencia del ideario artiguista para pensar en la actualidad un proyecto de nación soberano y radicalmente popular. Publicado en el periódico «Cambio», el 17 de Julio de 2017.

Dos independencias que no bastan

 “Quizás mi única noción de ‘patria’ sea esta urgencia de decir nosotros”, afirmaba el poeta uruguayo Mario Benedetti. Y es imposible no preguntarse por la patria, por sus alcances e insuficiencias, por el contenido exacto de ese “nosotros” en este julio lleno de conmemoraciones y paradojas. En este julio en el que celebramos nuestra independencia mientras constatamos la profundización de nuestro sometimiento económico y nuestro coloniaje cultural. En este julio en el que nuestro presidente, un “global citizen” de segunda mano, habla al “mundo” un inglés atropellado y obsecuente. En este julio en el que el neoliberalismo triunfante contrae una deuda que hemos de sangrar cien años, tan antinacional que hace aparecer a Rivadavia o a Cavallo como correctos patriotas. En este julio en el que la estatua de Juana Azurduy pretende ser enviada con el “montonero” Zamba al mismo basurero, o en el que se vuelve a insistir, en nuestros billetes, en el viejo lugar común que afirma que somos pura geografía, un pueblo sin historia. “Conmemoro, pero sin celebración”, canta Ruben Blades refiriéndose al 12 de octubre, aunque bien pudiera estar hablando de este julio de 2017. Pero esta es una reflexión histórica, así que metámonos de lleno en la quemante presencia del pasado en nuestras actuales batallas.

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Escena de «La Redota» del director César Charlone

Nuestro país presenta una peculiaridad al haber declarado en dos ocasiones distintas su independencia política formal. La primera, escolarizada, por todos conocida, es la celebración tradicional del 9 de julio de 1816 en el Congreso de Tucumán. Pero sólo las provincias cuyanas, las del noroeste (incluyendo al Alto Perú), Córdoba y Buenos Aires asistieron al convite. La otra independencia, silenciada y resistida por las clases dominantes desde hace dos siglos, la antecede exactamente un año. Se trata del Congreso de Oriente, que sesionó entre junio y agosto de 1815 en los territorios de la Liga de los Pueblos Libres. Allí participaron todas las provincias litorales (incluida la Banda Oriental) y nuevamente Córdoba. Es decir que dos unidades territoriales soberanas y equivalentes declararon en ocasiones distintas sus respectivas independencias en base a programas divergentes.

el federalismo declarado contrastaba con el proyecto centralista de las élites porteñas que pretendían ocupar el lugar de la antigua metrópoli en la estructura de dominio interno, con Buenos Aires subyugando ahora a las provincias interiores. Las intensas disputas en torno de la aduana de Buenos Aires, la habilitación o prohibición de puertos alternativos, las economías artesanales del interior y la representación de cada jurisdicción en el Estado a edificar marcaban una clara divisoria de aguas.

“Naides más que naides”: el ideario artiguista

Pero, ¿por qué sólo una de estas declaraciones, y no la primera, es reconocida oficialmente como nuestra independencia? La respuesta es bien sencilla: porque el programa de los Pueblos Libres y el de su líder, el caudillo federal José Gervasio Artigas, expresaba la tendencia más radical de la Revolución de Mayo. ¿Pero en qué consistía esa radicalidad? ¿Por qué el programa de 1816, y no el de 1815, pudo ser asimilado por las clases dominantes, aunque podándolo de sus aristas más progresivas, justamente las que defendía la debilitada tendencia morenista en Tucumán? En primer lugar, porque su libertad proclamada se afirmaba contra todos los imperios coloniales, España y Portugal, pero también Inglaterra, con la cual los hacendados pampeanos y los comerciantes porteños ya proyectaban convenientes intercambios a espaldas de las provincias interiores y de las clases populares. Se trataba de un antiimperialismo de principio en el que todavía anidaban esperanzas latinoamericanistas, y no de un soberanismo formal y oportuno.

En segundo lugar, porque el federalismo declarado contrastaba con el proyecto centralista de las élites porteñas que pretendían ocupar el lugar de la antigua metrópoli en la estructura de dominio interno, con Buenos Aires subyugando ahora a las provincias interiores. Las intensas disputas en torno de la aduana de Buenos Aires, la habilitación o prohibición de puertos alternativos, las economías artesanales del interior y la representación de cada jurisdicción en el Estado a edificar marcaban una clara divisoria de aguas.

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Caricaturas sobre José Gervasio Artigas

El tercer punto se vincula con el sujeto en base al cual se ha de construir la nación y a su protagonismo en dicho proceso. El “nosotros” de esa noción de patria de la que hablara Benedetti. El proyecto hegemónico expresaba, con contradicciones y ambivalencias, una razón ilustrada sintetizable en la sentencia “para el pueblo pero sin el pueblo” y una concepción estatista (enormemente progresiva para la época, vale aclarar) en la que el Estado debería ser el activo y excluyente constructor de la nación. La matriz artiguista, sin renegar de la necesidad de construir un Estado fuerte para resguardar la soberanía, proyectaba en cambio un sujeto plural, racialmente diverso y políticamente protagónico en la construcción del Estado (una concepción fácilmente empalmable con la propuesta chavista de una democracia y una estatalidad comunales). La combinación novedosa de formas de democracia comunitaria indígena con lo más avanzado del pensamiento republicano norteamericano, en un movimiento que combinó en el mismo puchero a indígenas, gauchos, criollos pobres, negros libertos y a pequeños comerciantes y hacendados, es un inmejorable ejemplo de construcción original de un bloque histórico popular.

En suma, conocer la raíz silenciada de la Revolución de Mayo y las limitaciones de nuestras dos primeras independencias equivale a preguntarte por el origen de nuestra nacionalidad, de nuestro Estado y de nuestro pueblo, procesos que no han corrido parejamente en nuestra historia. ¿Quién es ese “nosotros” imaginado en nuestras tentativas nacionales y revolucionarias? ¿Una burguesía dudosamente nacional o una clase media jacobina e ilustrada? ¿Cuál es el contenido de una patria que soñamos “grande”? ¿Qué lugar ocuparán en ella las mujeres, los provincianos, los migrantes, los indígenas o los trabajadores de la economía popular? ¿Quién estará dentro y quién afuera de la Casa de Tucumán el día de nuestra definitiva independencia? ¿El pueblo construirá activamente la nación con su organización y movilización o la verá hacerse, expectante, por algún canal de televisión? De estos antiguos divorcios surge nuestro drama nacional, y de su resolución surgirá, estamos seguros, la clave de nuestro porvenir. Tenemos pueblo y pueblo digno. Si además tenemos memoria y perseverancia, llegará un julio en el que por fin tendremos patria.

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