Apuntes sobre Haití y Cuba: de las brasas, nueva luz

Algunos apuntes (a desarrollar) sobre las revoluciones haitiana y cubana, en este nuevo primero de enero, su común y feliz aniversario.

Hoy, por esas quizás no tan casuales coincidencias del destino, cumplen años las dos revoluciones que marcaron para siempre nuestra historia caribeña y latinoamericana: la haitiana, en 1804, y la cubana, en 1959. Fracasará miserablemente quién intente explicar nuestra historia sin volver una y otra vez a estas revoluciones señeras, que comparten, en su singularidad, algunas características.

 

  1. Ambas acontecieron en pequeñas islas del Caribe, periféricas, coloniales o dependientes, precisamente allí dónde no podían ni debían suceder, según los manuales en boga del liberalismo español y francés o del marxismo-leninismo de tipo soviético. Y se realizaron vindicando a los últimos de la fila, a los caídos del dogma: los negros y los campesinos. Así y todo seguimos prescindiendo del estudio de esa latitud decisiva de nuestra patria latinoamericana de la que casi todo nos resulta ignorado.
  2. Ninguna de las dos revoluciones se hizo pidiendo permiso ni rindiendo pleitesía a las instituciones consagradas por las clases dominantes, por más que le pese a los liberales de izquierda o de derecha. Y no por falta de virtudes democráticas por parte de los revolucionarios: así lo demuestra la temprana vocación del joven Fidel Castro y del Partido Ortodoxo de restaurar una tímida constitución liberal atropellada por la dictadura de Batista, y las infructuosas tentativas de los haitianos por aplicar en su colonia los principios de una Revolución Francesa que proclamó libertades y derechos pretendidamente universales.
  3. Las dos revoluciones se hicieron con violencia, blandiendo todas las armas concebibles, según el terreno y las condiciones de la lucha eran impuestas, indefectiblemente, por el enemigo: elecciones, huelgas generales, insurrecciones de masas, guerra de guerrillas, etc. Allí están, como muestra de esta violencia fundante, el atentado al vapor La Coubre y la invasión de Playa Girón en Cuba, o el envío de 25 mil veteranos de las guerras napoleónicas al mando del general Leclerc para aplastar a los negros insurrectos en Haití.
  4. Contra quiénes insisten en recrear en la teoría contradicciones ya saldadas en la praxis de nuestros pueblos, ambos procesos compaginaron la presencia de liderazgos formidables, eclipsantes (Fidel Castro o Toussaint L´Ouverture) con inéditos y extendidos procesos de protagonismo popular, desde las comunidades agrarias bajo el régimen de Alexander Pétion hasta los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba.
  5. Concebidas bajo el ideal de una común patria caribeña y latinoamericana, ambas revoluciones fueron internacionalistas. No hace falta explayarse sobre la epopeya cubana: basta citar las campañas del Che en el Congo o Bolivia, la conferencia de la OLAS en 1967 o el apoyo decisivo a la Revolución Sandinista. Por su parte, Haití, en la figura de Alexander Pétion, ofreció armas, barcos y soldados al derrotado Bolívar en su exilio jamaiquino, sentando las bases de sus victoriosas campañas, y ofreció asilo nada menos que al federal argentino Manuel Dorrego.

Feliz aniversario de formidables revoluciones, y paciente impaciencia en la construcción cotidiana de aquellas que vendrán. Al decir de Antonio Gramsci, «el incendio revolucionario se propaga, quema corazones y cerebros nuevos, hace brasas ardientes de luz nueva, de nuevas llamas, devoradoras de perezas y de cansancios. La revolución prosigue, hasta su completa realización (…) Y la vida es siempre revolución.»

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