Bolivia, manual de zonceras (III): la zoncera economicista

«la estabilidad de las variables económicas asegura el futuro y el bienestar del país»

«Bolivia es exactamente igual al resto de los países de la región: capitalista y dependiente»

La presente zoncera encierra, en realidad, dos zonceras en una. Porque el economicismo tiene dos corrientes aparentemente enfrentadas, que sin embargo son parecidas en sus puntos de partida, y a veces idénticas en sus conclusiones. Nos referimos al economicismo «de izquierda» (favor de retener las comillas) o izquierdista, y al de economicismo de derecha. El de izquierda descubre la pólvora al concluir que «en resumidas cuentas, Bolivia es capitalista y dependiente». Como si 500 años de inserción subordinada al mercado mundial se revirtieran en 14 años, un suspiro de tiempo si consideramos nuestra historia larga. Como si Cuba, tan joven y lozana a sus 60 años de revolución, no fuera aún una obra fundamentalmente tentativa e inconclusa. Como si la famosa «desconexión» de Samir Amin fuera tan fácil como desenchufar el cable del teléfono. Como si saltar la «restricción externa» que ha devanado los sesos durante décadas a la teoría de la dependencia, fuese como saltar la soga. Como si las heridas coloniales se curaran soplando sobre la herida. Esta zoncera pretende zanjar todo debate con dos o tres juicios fulminantes, tomando una postura tan escéptica como inútil.

El economicismo de derecha (y también el «progresista» en ocasiones) resalta la estabilidad y el éxito de variables macroeconómicas abstractas. Como si la tasa de crecimiento fuera una virtud en sí, ignorando que el crecimiento sin distribución es mero beneficio. Como si el saldo de géneros exportables señalara, al decir de Simón Bolívar, «la mayor suma de felicidad posible». Como si el PBI per capita o la nacionalización de los activos financieros fueran indicadores suficientes y necesarios de bienestar y justicia social. Al economicista de derechas siempre le sobran números y le faltan personas, olvidando, como nos enseñó el cabezón de Tréveris, que una economía política es una economía esencialmente humana, sin fetiches. Dicho de otra forma, si el éxito de las variables macroeconómicas es el éxito de ciertas fracciones de la burguesía y la oligarquía oportunamente arrimadas al proceso de cambio, no hay mayores motivos para celebrarlas, al menos desde estas latitudes de clase en las que nos situamos.

El esquema win win del llamado «modelo económico social, comunitario y productivo» ha sido bien ponderado desde la izquierda global hasta el FMI y la BBC de Londres. Y sin embargo, este apoyo ciertamente incómodo de tecnócratas que parecen justificar los recelos de los economistas izquierdistas, no puede obviar las críticas del organismo detrás de sus informes aparentemente elogiosos, como cuando en 2013 éste expresó preocupación por la nueva Ley de Servicios Financieros, que podría subordinar las actividades del sector a objetivos sociales que serían, en sus palabras, «riesgosos para la estabilidad financiera». Es decir que el riesgo, para el FMI, es que la economía esté al servicio de las mayorías populares en lugar de que estas sean inmoladas en los altares de la economía y el libre mercado de capitales.

Ni al economicismo de izquierda ni al de derecha le interesa la gente de carne y hueso, paradójico receptáculo de estas políticas económicas. Al de izquierda no le importan porque un gran «pero» pende sobre todas las realizaciones económicas como una espada de Damocles, despreciando su impacto real en las mayorías populares. Tres millones arrancados del zanjón de la pobreza, si, «pero» capitalismo aún. La reducción de la desigualdad por salario, consumo o programas de transferencia de ingresos (Renta Dignidad, Bono Juancito Pinto), si, «pero» pero propiedad privada de los medios de producción. Rol rector de la economía por parte del Estado, si, «pero» bonapartismo. Una tasa de desocupación de menos del 5%, si, «pero» economía informal. Crecimiento acelerado de la inversión social, si, «pero» déficit fiscal. Bolivianización del sistema financiero y márgenes de autonomía nunca antes conocidos, si, «pero» los elogios del FMI. La nacionalización de los recursos del suelo y del subsuelo, si,»pero» extractivistas. Procesos incipientes de industrialización del litio, si, «pero» dependientes. La lista podría continuar largamente.

Mientras estos peros son considerados insuficiencias fatales para el economicismo de izquierda, para el de derecha son evidentemente males menores, dado que el gran «pero» afirmativo es para estos la acumulación de pingües ganancias. Y sin embargo, lo que en el economicismo de izquierda es apatía y desencanto pasivo, en el de derecha son activas diligencias. Ellos nunca dejaron de conspirar para arrancar de cuajo esas molestas trabas a su voracidad, sin importar la crudeza de los métodos empleados. El economicismo de izquierdas sospecha del apoyo que recibe el gobierno del MAS de los tecnócratas de derecha, pero es incapaz de ver como estos últimos aprietan un puñal entre los dientes de la  boca que sonríe. Mientras los economicistas de izquierda ponen el fuego para cambiar el agua de la bañera, los economicistas de derecha hace ya rato que tiraron el agua con el niño y todo.

El economicismo, de derecha y de izquierda, es ante todo incapaz de explicar la dinámica eminentemente política del golpe. Si el modelo era fundamentalmente burgués, capitalista, extractivista y dependiente como cualquier vulgar régimen conservador en la región, no podemos entender porque los burgueses, capitalistas, depredadores y acreedores mostraron tanta ahínco en desalojar de la Casa Grande del Pueblo a sus mentores, y se ensañan en perseguir y masacrar a sus defensores. Evidentemente, a la oligarquía lo pragmático no le quita lo rencoroso, más aún en una nación con una tradición tan funesta de colonialismo interno. Es evidente que la política nacionalizadora de algunas minas y de los hidrocarburos que afectó a empresas tan poderosas como la suiza Glencore o la canadiense TriMetals Mining Inc., era un mal ejemplo que debía ser corregido con un castigo ejemplar. Nuestro zonzo economicista de derecha, nuestro progresista ingenuo o nuestro burócrata de estado, ahogado en una maraña de datos que son fetiches, piensa que la oportunidad de negocios redondos, o una alta tasa de remisión de utilidades a las casas matrices de las empresas transnacionales garantizan algún tipo de fidelidad de parte del capital. Pero el capital es voraz, y la ley del valor nunca se pone a régimen: siempre quiere más y más. Cuando al capital se le ofrenda en sacrificio un corazón entero, aún quiere beber la sangre del altar. Además, es evidente que nunca un gobierno nacionalista, estatista, distribuidor de renta y que propendió a disminuir la desigualdad económica y extraeconómica, podría otorgar los mismos beneficios y garantías que un régimen neoliberal y servil, dirigido poco menos que a control remoto.

Al contrario, si el modelo boliviano era tan milagrero como un santo, tan carente de contradicciones estructurales, tan económicamente conveniente para todas y todos, es lícito preguntarse porque se demostró falible, y por qué algunos de sus objetivos beneficiarios corrieron pronto a tomar la pala de los enterradores. Lo paradójico de esta zoncera, es que uno de los primeros en alertarnos sobre ella fue ni más ni menos que Álvaro García Linera, vicepresidente del Estado Plurinacional. Pese a su lucidez para vez la zoncera en el zonzo ajeno, para elaborar una radiografía completa de los yerros de los gobiernos progresistas y de izquierda en la región, nada parece indicar que ese balance crítico haya implicado, antes del golpe, su contraparte autocrítica. Sin embargo, al señalar esto, no nos subimos al oportuno tren de los lectores que sólo se enfrentan con la realidad en los diarios de los lunes, y nos distanciamos rotundamente de una zoncera que analizaremos a su tiempo: la zoncera culpabilizadora.

No obstante, como lo hizo recientemente el propio Linera, señalamos que antes del golpe primó una confianza ingenua en las bondades y garantías de las variables macroeconómicas, confundiendo buenos indicadores con solidez estratégica. La propia dinámica interna del proceso de cambio indujo un fenómeno masivo de desclasamiento social. No es posible negar que clases medias emergentes, fundamentalmente blancas, pero también los nuevos estratos indígenas, fueron un activo factor de movilización y desestabilización, más allá de la primacía insoslayable de los grupos de choque, el factor policial y el estamento militar. Este desclasamiento producido por la inclusión vía consumo o por la democratización del acceso al aparato de Estado generó, claro, una secuela de rencores entre las «clases elegidas» que se sintieron desplazadas. Pero sobre todo, fue notable la ausencia de un proceso de educación política de masas como el que sí tuvo lugar, nítidamente, entre los años 2006 y 2010. Con ambivalencias, hasta el 2014 inclusive. Proceso agravado por un fenómeno de desmovilización relativa y retracción corporativa de las organizaciones sociales y sindicales de masas, que es mucho más compleja que la simple «cooptación» que esgrimen los liberales de siempre. Este fue nuestro fatal flanco descubierto. A Lenin lo sucedió Gramsci, o su caricatura gestora y economicista. Pero a Gramsci, luego, no lo relevó su Lenin, parafraseando la célebre metáfora de García Linera.

La vieja zoncera de que consumo es felicidad, y felicidad es fidelidad, se impuso en la práctica. Estabilidad económica no es solidez estratégica, al menos bajo los principios del «capitalismo andino-amazónico», una forma exótica, novedosa y aparentemente sui generis de nombrar al viejo y nada zonzo capitalismo. Sobre nuestras zonceras, precisamente, los muy políticos y nada economicistas golpistas construyeron su golpe. Quizás deberíamos aprender de esa indígena que cuando le preguntaron por queé marchaba desde Cochabamba a La Paz a defender al gobierno de Evo Morales, no habló del PBI, ni de la balanza comercial, ni de la inversión extranjera directa. Sólo dijo: «porque Evo es indio, me enseñó a leer y me devolvió la dignidad».

Bibliografía

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GARCÍA LINERA, Álvaro. «El odio al indio». Disponible en: https://www.jornada.com.mx/ultimas/mundo/2019/11/17/el-odio-al-indio-alvaro-garcia-linera-1894.html

MOLINA, Fernando. «Bolivia: «es la economía, estúpido»». Disponible en:  https://www.nuso.org/articulo/bolivia-es-la-economia-estupido/

PRASHAD, Vijay. «Bolivia no existe». Disponible en: https://www.alainet.org/es/articulo/203278

SOLANA, Pablo y SZALKOWICZ, Gerardo (2017). América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista. Buenos Aires: Sudestada.

TERUGGI, Marco: «Bolvia se prepara para convertirse en un «campo de batalla, en un Vietnam». Entrevista a Juan Ramón Quintana. Disponible en:  https://mundo.sputniknews.com/america-latina/201910301089163547-bolivia-se-prepara-para-convertirse-en-un-campo-de-batalla-un-vietnam/?fbclid=IwAR0GOlnPqdIMYLcVbBC7zj8Q5pfykkw2Y2ocY6khcgUTaZllRCw6uEe1iFM

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