Voy a decir algo más (y punto) sobre los partos, los barcos, los albertos y los argentinos. Apenas un ejercicio de exhumación histórica:
En una carta dirigida por Bartolomé Mitre a Joaquín V. González en 1889, el primero protestaba al segundo sobre una idea, sin duda progresiva, que sobrevolaba el libro de quien luego se convertiría en el ilustre fundador de la Universidad Nacional de La Plata. Allí, en «La tradición nacional», se dejaba entrever, según Mitre, «que los hispanoamericanos somos los descendientes genuinos de los americanos de la época precolombina». El hábil Mitre lisonjeaba y corregía al mismo tiempo al joven literato, aquejado quizás de eso que Rodolfo Kusch llamó magistralmente «la seducción de la barbarie», una rara y persistente enfermedad que cada cierto tiempo aqueja a algunos de los más brillantes exponentes de nuestras élites intelectuales, y que sufrieron, en espasmos sucesivos, figuras tan disímiles como Juana Gorriti, Domingo Faustino Sarmiento y Liborio Justo.
A su protesta Mitre oponía su propia consideración «antropológica» sobre nuestra verdadera «tradición nacional»: «Al tiempo de estallar la revolución, la América española estaba poblada por cinco razas, que para los efectos de la tradición histórica pueden reducirse a tres: 1) a la española, o sea la raza conquistadora; 2) a los indios, o sea la raza conquistada; 3) a los criollos, o sea la raza hispanoamericana, producto de la Conquista y del consorcio de las dos razas anteriores. Agréguese la raza negra, o sea la raza servil, y los mestizos, producto de todas las razas juntas, y se tendrá el cuadro antropológico de la América del Sur en 1810.»
Estas consideraciones racistas y coloniales, pre-albertofernandistas, son las que abrieron cancha a la enajenación genealógica del país, incomprensible si no se comprende que, como todo racismo, el nuestro partió de la necesidad perentoria de las clases dominantes de doblegar la fuerza laboral y reorganizar el territorio bajo bases oligárquico-estatales: por eso la negritud será «servil», es decir destinada a la esclavitud y la servidumbre doméstica, y los indígenas serán considerados «vencidos», es decir sin derechos de ninguna índole sobre sus territorios arrebatados. Pero este mito no será tanto el la de las y los argentinos, sino más bien definitorio de sus élites ilustradas, sus clases dirigentes, y algunos sectores trabajadores desclasados y colonizados. El continente del mito de la nación hispano-criolla es exactamente el mismo que el del mito de la nación europeo-portuaria, aunque haya mudado su contenido.
Y, sin embargo, al menos el mito mitrista originario otorgaba algún tipo de lugar, en la narrativa histórica, a los procesos de mestizaje con las razas presuntamente «vencidas» o «serviles» (o al menos lo hará claramente Joaquín V. González y luego, por ejemplo, Ricardo Rojas, dejando clavada una cuña en la narrativa oficial-estatal que luego abrirían los indigenistas posteriores como Rodolfo Kusch o Francisco René Santucho). Ayer, como hoy, el objetivo de estas verdaderas zonceras es negar la plena pertenencia de Argentina a lo que Abelardo Ramos supo llamar la «nación latinoamericana». Ya Alberto Methol Ferré y Arturo Jauretche, entre tantos otros, estudiaron como este proyecto de blanqueamiento genealógico y migratorio fue, desde los tiempos de Rivadavia, correlativo a un proyecto de mutilación territorial, como se evidenció con la fragmentación del antiguo Virreinato del Río de La Plata, en la búsqueda de contar con una nación menos «aquejada de extensión» y más «civilizable» (Sarmiento dixit). El que nuestro presidente navegue por estas constelaciones ideológicas no ha de extrañarnos, considerando que siempre ha sido un liberal y europeísta de pura cepa, muy lejano de las resonancias mestizófilas de la historia del peronismo y de algunas vertientes históricas de la izquierda argentina (por supuesto que no las liberales juanbejustistas).
Por si quedaban dudas, agregaba el gran mitólogo (o el gran mitómano, según se mire) que fue Bartolomé Mitre, en sintonía con algo que no borrarán de la subjetividad de nuestras élites ni los discursos multiculturales ni las amables políticas del INADI: «Los sudamericanos ni física ni moralmente somos descendientes de los pampas, los araucanos, los quechuas, etc., como los norteamericanos no lo son de los iroqueses ni de los mohicanos, aun cuando allá, como acá, se operó el consorcio de la raza conquistada y conquistadora».
Como verán, aquello que es tratado como un desliz es en realidad una matriz, y viene de lejos…