Dos diapasones. Así se refirió el cubano Roberto Fernández Retamar al diálogo establecido entre Fidel Castro y las muchedumbres populares agolpadas en la Plaza de la Revolución, en los tiempos vertiginosos y heroicos de la Segunda Declaración de La Habana. De un lado Fidel, el comandante, el intelectual, el estadista, el “caballo”, según la poética expresión de Juan Gelman. Del otro lado los miméticos vencedores de la Sierra Maestra, los escurridizos combatientes de la clandestinidad habanera y santiaguera, los invictos defensores de los flancos decisivos de Playa Girón. Dos elementos dialogando en una vibración compartida, unánime, en las que líder y masa de condensan e interpretan mutuamente. Dos diapasones. Y como resultado un tono claro, limpio, sin impurezas. La voz de un pueblo.
Dos diapasones. Eso mismo sentí cuando en marzo de 2011 tuve el privilegio histórico, con miles de compañeros y compañeras, de escuchar a Hugo Chávez Frías en mi propia ciudad, justo dos años antes de que se produjera lo que los venezolanos y venezolanas llaman, con orgullo y pesar entrelazados, su siembra. ¡Pero qué digo escuchar! Fueron tantas las dimensiones de lo humano involucradas en un acontecimiento que hizo las veces de acto cívico, clase magistral, testimonio histórico, foro público, actualización doctrinaria, recital de poesía y muestrario de música y danza popular nuestroamericana. Allí pudimos ver la calidez humana de un hombre tallado en su sólo bloque de carisma. De una esponja voraz que saltó del nacionalismo al latinoamericanismo, de allí al imperialismo, luego al socialismo, y por fin al anticolonialismo, al feminismo. Allí tuvimos la suerte de escuchar al más grande estratega, pedagogo y comunicador de este siglo nuestro que, sin premuras, ya acumula casi dos décadas de experiencias y enseñanzas no siempre bien asimiladas.
En estos tiempos en los que el imperialismo vuelve a mostrar sus garras de águila tras sus argumentos de paloma, la historia demanda a nuestra generación mayores certezas y responsabilidades. Para asumirlas con estatura, y hasta diría con cordura, haríamos bien en volver una y otra vez a Hugo Chávez y su legado. Documentos como el Golpe de Timón o el Plan de la Patria, sus cientos de discursos, o las didácticas emisiones de su programa Aló Presidente, deben ser atendidas, discutidas y sopesadas. Contra quiénes podrán acusarnos de una aproximación demasiado empática o emocional a la figura de Chávez, creemos firmemente que estos materiales constituyen una puesta a punto teórica y práctica insoslayable para hacer frente a las batallas revolucionarias de éste, nuestro siglo veintiuno latinoamericano. Época que no es la que quisiéramos, sino la que nos toca. Parafraseando el conocido poema de Mario Benedetti, haríamos bien en espabilarnos, ahora que el horror amanece.
Cuando los mandamases mandan, los lacayos mueven sus peones, los libreprensadores tropiezan y los oportunistas vacilan, bienvenida sea la invitación del documental Chávez Infinito de María Laura Vásquez para para volver al estratega, al comunicador, al pedagogo, al compañero, al amigo. Y para volver a reconcentrarnos en un chavismo fundante, salvaje, inmensamente creativo y radical. Patria grande, bolivarianismo, anti-imperialismo, democracia protagónica, socialismo del siglo XXI, estado comunal, multipolaridad, socialización del poder, propiedad social, autocrítica y rectificación, soberanía nacional, defensa integral, poder popular. Ésta es su herencia, las palabras que nos dije dictando bajo la lluvia. Que se conviertan en nuestra caja de herramientas, nuestro vocabulario político y nuestra única estrategia.