«lo más subversivo es no tener bando»
La zoncera autonomista conecta directamente con su prima hermana, la zoncera queer, quién comparte, pero aún supera, las argumentaciones típicamente autonomistas. Dentro de estas indagaciones encontramos a la boliviana María Galindo, autora de la cita precedente. Galindo es cofundadora de Mujeres Creando, un colectivo feminista performático que pretende recuperar la tradición anarquista boliviana de comienzos del siglo XX, pero que enlaza mucho más claramente con las teorías queer de inspiración europea y norteamericana, desde Judith Butler a Paul Preciado. Las perspectivas del anti-poder se radicalizan en la mirada de Galindo sobre la situación en Bolivia. Ésta parte de identificar un momento fascista en la actualidad neoliberal de América Latina y el Caribe (nada nuevo hasta ahí). Pero dónde Zibechi cae en la paranoia de creer que todo poder es opresivo, ésta da un paso más allá, hacia el vacío, sosteniendo que todo poder es intrínsecamente fascista. Galindo, en una versión fuera de quicio de la teoría de los dos demonios, va a identificar en Evo Morales, presidente indígena, campesino y popular, y en Luis Fernando Camacho, empresario, líder del Comité Cívico de Santa Cruz y principal instrumento del golpe, dos fascistas equivalentes. El resto de los epítetos parecen sacados del manual de invectivas del perfecto colonizador: Evo, sus seguidores y seguidoras, serían fanáticos, caudillistas y mesiánicos. Es decir que serían culpables de tener fe, liderazgos y perspectivas de redención: ¡todo lo que necesita una posición revolucionaria!
Incluso, para Galindo resultaría fascista nada menos que «todo embanderamiento de ideas» (sic). Por eso es que en la dramática coyuntura del golpe llamará a no tomar partido, dado que en la actual coyuntura, «lo más subversivo es no tener bando». No hay política, no hay geopolítica, no hay historia, no hay izquierdas ni derechas, no hay colonizadores ni colonizados, no hay sujetos ni intereses, sino tan solo una «falsa disputa entre izquierda y derecha», y la puja entre «dos caudillos delirantes y complementarios». Un fenomenal proceso de revancha social queda reducido a lo que Claudia Korol llamó, parodiando estas posiciones, «una riña de gallos». Lo que Galindo no puede explicar es porque decenas de miles de mujeres de pollera sí han decidido rotundamente tomar partido, dejando la vida en Cochabamba, El Alto o La Paz. ¿Quizás por cooptación, incomprensión de un feminismo dizque radical o por lisa y llana inconsciencia? ¿O acaso porque perciben que la tremenda puja social, racial y sexual desatada tras el golpe de estado pone en juego, de forma directa, el interés de mujeres que además de ser mujeres son indígenas, obreras, originarias y campesinas, activas constructoras, con sus yerros y realizaciones, de la epopeya boliviana? Las vejaciones a la alcaldesa de Vinto, el violento corte simbólico de trenzas y polleras, las razzias perpetradas por comandos cívicos que volvieron a apalear mujeres indígenas como sucedió durante el intento separatista de la oligarquía en 2008, deberían bastar para zanjar el debate al respecto. Paradójicamente, nada resulta tan invisibilizador de la mujer real e histórica como esta posición enarbolada en nombre de las mujeres.
Esta intelectualidad desplazada, queer o autonomista, quisiera retener al movimiento de mujeres en una especie de momento corporativo, pero este, como todo movimiento de masas, tiende a volverse poder y disputar hegemonía, es decir Estado en su sentido gramsciano, y pierde por lo tanto su aparente pureza y encanto. Sólo así puede explicarse la potencia de uno de los sindicatos femeninos más grandes del mundo, la Confederación de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia «Bartolina Sisa», cofundadora del MAS-IPSP e impulsora de los 26 artículos de la Constitución del Estado Plurinacional orientados a reconocer derechos a las mujeres. Derechos que están amenazados, tal como lo señala la boliviana Adriana Guzmán desde el feminismo comunitario antipatriarcal, dado que los golpistas ya hablan de eliminar el artículo 338 que trata del trabajo no remunerado de las mujeres, y reconoce a las labores domésticas como productoras de riqueza social, y la Ley 348, que tipifica el femicidio y prescribe políticas para una vida libre de violencias. Ni hablar de la tentativa de volver a recluir en el ámbito doméstico a las mujeres que, no casualmente, desempeñaban al momento del golpe roles claves como el de Adriana Salvatierra, presidenta del Senado o María Eugenia Choque Quispe, a cargo entonces del Tribunal Supremo Electoral. Al decir de Isabel Rauber: «Parece fácil ver una ministra indígena, pero hace quince años atrás no podían caminar por la misma vereda que los blancos». Esta zoncera se llama la zoncera «queer» y no feminista, porque creemos que los desvaríos de las teorías queer no deben justificar cómodas posiciones reactivas, y porque creemos que para discutir al feminismo es preciso hacerlo desde adentro de su propia tradición popular y latinoamericana, pródiga en lideresas, realizaciones históricas y promesas de futuro.
Por último, señalar que si el autonomismo imagina relaciones sociales sin poder, el queerismo imagina procesos de liberación social, nacional, anticolonial y sexual que prescindan de la violencia, algo imposible, como nos enseñó el afrocaribeño Frantz Fanon. La violencia aparece así bajo la metáfora de la cubetera: hay una violencia sexo-genérica, una violencia racista, una violencia colonial, una violencia de clase, como compartimentos claramente delimitados. Pero la violencia se parece más al agua que al hielo, y como sucede con las cubeteras, se mezcla y rebasa. Es decir que aún sí partiéramos de suponer que el gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia fue el summum de lo patriarcal, y Evo Morales, por ende, el patriarca mayor, de todas formas hemos de presuponer que un golpe de estado imperialista, señorial, patriarcal, oligárquico y neopentecostal ha de maximizar la violencia contra las mujeres en todas sus formas, económicas y extraeconómicas. Advierte con razón un colectivo de mujeres indígenas: «No tendríamos por qué explicar que la redistribución de la riqueza genera otro escenario para la lucha y la liberación de género.» Y lo que no es menor, el golpe en curso ha de intentar despojar a las mujeres de los instrumentos organizativos como colectivos, sindicatos y partidos que las feministas populares vienen construyendo desde hace décadas en un proceso que disputan, critican y asumen como propio.
Bibliografía:
ESCALES, Vanina. «Bolivia: las feministas indígenas repudian el golpe de Estado». En: https://latfem.org/bolivia-las-feministas-indigenas-rechazan-el-intento-de-golpe-de-estado/
GALINDO, María. «Bolivia: la noche de los cristales rotos». En: https://www.lavaca.org/notas/bolivia-la-noche-de-los-cristales-rotos-por-maria-galindo/
HESSEL, Luis. «Isabel Rauber, filósofa argentina, sobre las elecciones en Bolivia (…)». En: https://www.nodal.am/2019/10/isabel-rauber-filosofa-parece-facil-ver-una-ministra-indigena-pero-hace-quince-anos-atras-no-podian-caminar-por-la-misma-vereda-que-los-blancos/
KOROL, Claudia. «Bolivia: ¡nos están matando compañeras!». En: https://www.marcha.org.ar/bolivia-nos-estan-matando-companeras/
S/A. «Mujeres indígenas responden a Rita Segato». En: https://quevivalamatria.com/2019/11/20/mujeres-indigenas-responden-a-rita-segato/
ZIBECHI, Raúl. «La crisis del macho-vanguardismo». Disponible en: http://zur.org.uy/content/la-crisis-del-macho-vanguardismo?fbclid=IwAR2W7V5ajAQdFWDKzcV9iKwd14R0orddlQ9xfjdh9IZNoHvH9_y7A9PRlEY